Arte Romano

Se lo ha revalorizado poniendo actualmente de manifiesto la originalidad y fuerza simbólica del mundo romano. En efecto, este debe relacionarse de forma indisoluble con la sociedad y el poder político, del que el arte es una de sus manifestaciones más singulares.

Si bien es cierto que en lo que respecta al arte figurativo, sobre todo la escultura -e incluso el retrato-, Grecia tiene un claro peso específico en Roma, por el contrario debe afirmarse que una de las creaciones más originales del Estado romano fue la arquitectura, sin antecedentes en Grecia. Se erigieron, pues, nuevos tipos de edificios en función de las nuevas necesidades oficiales o privadas. Esta diferencia se advierte ya en los mismos elementos constructivos, que permiten una arquitectura muy articulada, avanzada desde el punto de vista técnico, con el uso de arcos, bóvedas y cúpulas, como puede observarse en el Panteón de Roma. No hay que olvidar también que esta innovación arquitectónica ofrece la posibilidad de realizar grandes construcciones que ponen claramente de manifiesto la voluntad de expresión del poder imperial.

El arte romano

Fue un arte imperial. El gran impulso de la arquitectura responde al sentido de la utilitas (utilidad, provecho), que tuvo una fuerte incidencia política.

En realidad, la arquitectura fue, junto con la lengua (el latín), uno de los elementos mas característicos de la romanidad.

Así, puede decirse que al igual que los relieves narrativos o los retratos de los emperadores y su familia, la red viaria con los puentes, los acueductos y los establecimientos urbanos (municipia y coloniae) y el urbanismo (estructurado según su función social, política, religiosa o económica), constituyen también una clara representación del poder imperial.

El retrato es un género muy cultivado en el arte romano y su evolución traduce el rango social y ejemplariza la transformación del concepto de poder del Imperio.

El origen republicano del retrato realista de los patricios romanos (basado en los moldes de cera de los rostros de los familiares fallecidos) ha quedado atestiguado en los textos de Plinio y también del griego Polibio, quien señala la costumbre de realizar máscaras mortuorias como exclusiva de Roma.

Ya en los siglos III y ll a. C., los generales romanos que gobernaban en la Grecia asiática adoptaron la costumbre del retrato al modo de Alejandro y de los diadocos.

En realidad, los retratos dejaron pronto de ser simples imágenes de los familiares, para adquirir una función sociopolítica.

Al igual que ocurría con la arquitectura pública, la imagen del emperador simbolizaba, cada vez con mayor fuerza, Roma y el Estado. Dentro de este contexto, es fácil por lo tanto comprender la proliferación de los retratos y su evolución estilística. La iconografía triunfal tuvo otro campo de expresión en histórico, sin duda, otra de las grandes creaciones imperiales. El relieve histórico se empleó constantemente en la iconografía triunfal romana para conmemorar o rememorar algún acontecimiento triunfal. Hay bellísimos ejemplos, como la columna de Trajano o la serie de arcos conmemorativos, entre los que destacan el de Galerio en Salónica o el de Constantino en Roma. En arquitectura, es notable el Coliseo Romano, construido por la dinastía Flavia.

Desde un punto de vista estilístico, la evolución de las clásicas formas tuvo lugar paralelamente a los cambios sociopolíticos de Roma. La crisis del siglo III propició la disgregación de las formas helenísticas. Por último, cabe mencionar las grandes obras áulicas, reflejo de un arte profano, no político, llevado a cabo por la familia imperial o la aristocracia (sobre en el Bajo Imperio) y que consistía en la construcción de bellas mansiones y la producción de una rica ornamentación realizada por lo general a base de espléndidas series de mosaicos. Estas manifestaciones artísticas deben interpretarse como el último canto del cisne, sobre todo en Occidente.

Por su parte, la antigua Bizancio, capital del denominado Imperio romano de Oriente, heredaría y continuaría su romanidad tradicional. Es por ese motivo que remuy difícil el momenque se inicia y desarrolla el llamado tradicionalmente arte bizantino.

La escultura romana

El retrato es uno de los géneros más característicos de la escultura romana. Durante largo tiempo se consideró que el carácter eminentemente realista del retrato romano era fruto de una necesidad no tanto estética como social y religiosa, relacionada con el culto a los antepasados practicado por la clase patricia y regulado en el ius imaginum (derecho de representar las imágenes de los antepasados), estrictamente reservado a la nobleza, que se concretaba en el privilegio de guardar las imágenes de los antepasados en muebles especiales en el atrio de las casas y de exhibirlas al público en ocasiones determinadas.

En su origen, se trataba de simples mascarillas de cera, pero a fines de la época republicana se reemplazaron por bustos esculpidos, de los que se debieron realizar numerosas reproducciones, contemporáneas y posteriores, para las diferentes ramas de la familia.

Una confluencia de factores cristaliza, en el siglo I a. C., en dos modelos de retrato bastante definidos.

Por una parte, los pertenecientes a individuos particulares desconocidos, cuya principal característica es su realismo exagerado, que no evita el menor rasgo por desagradable que pueda parecer.

Una de las mejores muestras de este tipo es la Cabeza de Albertinum de Dresde (mediados de siglo I a. C.). En ella se representaron con todo realismo las arrugas que transmiten la delgadez de la piel y que, en conjunto, Retrato de Pompeyo confieren al rostro una expresión cadavérica. Muy diferente a este modelo es el retrato honorífico. Aunque la identificación con personajes históricos no siempre es segura, en algunos casos la comparación con representaciones en monedas, en las que aparece la inscripción correspondiente, permite establecer su atribución con certeza. A este grupo pertenecen los retratos de Sila, Pompeyo y César.

En especial, la cabeza de Pompeyo, posible copia imperial, conservada en la Ny Carlsberg Glyptotek de Copenhague, parece atribuible, por sus características, a un artista helenístico.

En general, este tipo de retrato, nutrido en las experiencias helenísticas, se interesó más por la plasmación de la personalidad del retratado que por la reproducción minuciosa de las particularidades del rostro y persistió con posterioridad al período republicano.


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