Arte del Imperio Bizantino

En el campo de la historia del arte, los límites de lo que se ha considerado como «arte bizantino» no son tan unánimes en la delimitación de sus inicios ni de su final. Ello se debe a la complejidad de las características que lo integran desde sus primeras obras, y a la gran repercusión externa que el arte bizantino tiene a lo largo de todas las etapas de su desarrollo, incluso con posterioridad a 1453.

Como punto de partida para comprender el arte de esta época, hay que tener en cuenta que «lo bizantino» es un fenómeno heterogéneo, tanto en su geografía y cronología, como en sus características artísticas.

Consideramos aquí como arte bizantino toda la producción arquitectónica, plástica, pictórica y de artes suntuarias y decorativas que Bizancio promovió y desarrolló en su territorio diverso y en un entorno áulico o monástico, desde su permanencia y desarrollo como gran potencia imperial en el Mediterráneo Oriental, tras la caída de Roma en el año 476, hasta su desaparición en 1453.

Durante su máxima expansión  su territorio comprendió parte de los actuales países de la península de los Balcanes, Italia, Grecia, Turquía, el norte de África, parte de Egipto, Palestina, España y Marruecos.

Las artes figurativas bizantinas

Esta parte esencial del arte bizantino es, sin duda, una de las de mayor personalidad artística universal, constituyéndose en uno de los puntos culminantes del arte cristiano que, además, ejerció una influencia determinante en el arte europeo con las aportaciones de su pretendido inmovilismo desde los tiempos de Justiniano hasta el siglo XIV.

A través de sus mosaicos, pinturas murales, íconos, manuscritos, marfiles y esmaltes, se expresó artísticamente un mundo teocrático que, a pesar de sus épocas de crisis, supo mantener inalterada su esencia al tiempo que introducía elementos nuevos o antiguos que actualizaron y revitalizaron su lenguaje.

La estética bizantina, considerada en su conjunto, da un paso más en la desintegración del arte clásico; y en este proceso no hace sino continuar algo ya iniciado en las obras profanas y, sobre todo, en las religiosas paleocristianas del Bajo Imperio a partir del siglo III.

Ejemplos significativos de esta evolución pueden ser las pinturas de la sinagoga de Dura Europos realizadas hacia el año 245, los retratos a la encaústica de Al Fayum (Egipto) del siglo IV, o los escasos restos de escultura civil constantinopolitana, como los relieves del obelisco de Teodosio, esculpidos hacia el año 390.

En todas estas obras tan separadas en el tiempo y en el espacio, pero pertenecientes al oriente del Mediterráneo, se aprecia que, sobre una base grecorromana, se valoraron más la fuerza expresiva y la monumentalidad transmitida por el hieratismo y la frontalidad, que la belleza, la elegancia formal y la fidelidad en la representación del natural.

La realidad no se plasma tal y como aparece ante nuestros ojos, sino que se interpreta. La figura humana no intenta individualizar a la persona sino crear arquetipos fijos de determinadas personalidades, caracteres o jerarquías; por ello, a la diferenciación de rasgos, suceden unos convencionalismos de dibujo en la reproducción de las facciones.

Y, del mismo modo, su ubicación en el espacio se aísla en muchos casos de un suelo concreto o un ambiente físico determinado, para presentar a personajes isocefálicos en posición frontal y en relación directa con el espectador.

Mosaico bizantino

A partir del siglo IV, el arte paleocristiano se valió de esta técnica para revestir sus ábsides y mausoleos, cambiando la iconografía decorativa y mitológica del mundo antiguo por un repertorio cada vez más complejo de símbolos de contenido eucarístico y litúrgico, y composiciones narrativas más explícitas inspiradas en las Sagradas Escrituras que pretendían aleccionar a los fieles al tiempo que embellecían los templos.

Entre las obras más destacadas del primer mosaico cristiano, se encuentran los exquisitos ejemplos romanos del ábside de la iglesia de Santa Pudenciana y el mausoleo de Santa Constanza, realizados en el siglo IV, o los excelentes mosaicos con que se decora el arco triunfal de la basílica de Santa Maria Maggiore, obra del siglo V, así como el de San Vital en Rávena.

La escultura bizantina

Los avances registrados en el estudio del arte bizantino han descubierto recientemente que el capítulo de la escultura es mucho más rico de lo que hasta hace unas décadas se pensaba, debido al hallazgo de importantes restos de decoración arquitectónica, tales como cornisas e impostas, y de paneles decorativos hasta hace muy poco tiempo ignorados.

Este es el caso del fragmento de ambón procedente de Salónica, con la Virgen y el Niño, obra del siglo VI, hoy en el Museo Arqueológico de Istanbul.

Es en la escultura donde pervive de manera más clara la influencia de los modelos clásicos. Proliferan las estatuas de emperadores y altos dignatarios, en pie o a caballo, así como las columnas conmemorativas.


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